domingo, julio 31, 2005

¿Siempre pasan esas cosas acá?


-¿Siempre pasan esas cosas acá? - Preguntó a bajo volumen un pasajero con acento extranjero.
- Uf, si po... todo el tiempo- respondió otro con un acento que para el momento sonaba perfectamente chileno. -... si lo que pasa es que acá anda la gente muy alterada, es terrible, cualquiera te puede pegar como si nada un día.

No estaba muy de acuerdo con eso último; le informaba a nuestro visitante una pésima imagen, pero lo que acababa de pasar era evidencia suficiente para convencerse de ello.
Para subirme a la micro tuve que acelerar el paso media cuadra, antes de que dejara el paradero, cuando llegué ahí vi que no era necesario pues el chofer parecía tener paciencia para esperar que se le subiera hasta la última abuelita. Y arriba la cosa no estaba muy paciente; un pasajero al que denominaremos “pelao”, de pie a metros del chofer manifestaba su enojo por la demora dándole de zapatazos al piso.
Me senté cómodamente atrás cual espectador en su butaca y vi cómo otros pasajeros también zapateaban y pifiaban para apurar el viaje. La cosa estaba caliente, señores. El chofer respondió no avanzando y empezó a tirar algunos insultos por el espejo. Luego dijo algo respecto de su pega y voh pelao que te creí bájate si no te gusta. Más zapatazos de parte del pelao. Se nos enfurece el chofer y violentamente se pone en frente de pie a un metro del pelao. Lo enfrenta con zapatazos en el suelo y un par de garabatos simples. El pelao responde con mas zapatazos; parecían un par de gallos de pelea sacándole filo a las garras. La tensión fue demasiado para un señora que recién había subido con su hijo y como para evitarle tan mal ejemplo, aterrada se bajó sin ni pensar en pedir devuelta el dinero. Uyuyui, la cosa se calmó un poco. Los zapatazos no pasaron a mayores. El chofer volvió a su puesto y por fin reinició la marcha.
En el siguiente paradero, me vas a creer que de nuevo empezó a retrasar el viaje para que suban más pasajeros; y como no, el pelao al tiro zapateando y vociferando. Ahí el chofer explotó en garabatos que seguían maldiciendo su trabajo.
-Ya poh pelao, para la hueá – decian algunos pasajeros.
De nuevo la tensión aumentando hasta que el chofer se bajó de la micro. Te juro que se sentó en el paradero con la cabeza a dos manos maldiciendo entre dientes y luego levantó la mirada y gritó hacia la micro:
– ¡no pienso seguir hasta que se baje el pelao!
- Ya poh caballero siga por favor – alentaba una señora adelante.
- ¡Bájate pelao! – opinaban otros.
El chofer no se movía
- ¡Maneja voh pelao! – gritó uno desde el fondo. Se soltaron las risas que parecían urgentes.
El conductor vuelve al volante y sin parar de lucirle al pelao sus más pinchosas roterías continúa el viaje. En el siguiente paradero por fin se baja el pelao cruzando las últimas chuchadas. Una vez abajo, asoma su cabeza que no era pelada por no tener pelo, si no por tenerlo al rape, y lanza su despedida que para ese entonces todavia sonaba original:
- ¡tómate un armonyl!
La micro explota en risas y con un instantáneo salto el chofer baja de la micro y te juro que persiguió al pelao como una cuadra. Éste ultimo fue más veloz y se perdió inmune. El chofer retoma el volante con una micro en respetuoso silencio.
-¿Siempre pasan esas cosas acá? - Preguntó a bajo volumen un pasajero con acento extranjero.
- Uf, si po... todo el tiempo.

Banda Sonora


Subimos a la micro en la Alameda para ir a bajarnos más o menos en la Plaza Ñuñoa. Todo corría con normalidad mientras estábamos sentados casi al fondo. Como si fuera una escena fílmica, notamos que la banda sonora que el director al volante nos dio para el momento era una canción que versaba en voz de Myriam Hernández: “amoramor, amoramor amargo, amor tan dulce, amoramor tan tierno…”. Con una mirada celebramos el mal gusto radial.
El camino seguía sin que eso nos afectara. Bastantes cuadras mas allá notamos de nuevo la misma voz diciendo “Qué peligroso amor es tu amor para mí, qué peligroso es y dulce a la vez…“. Dudamos si acaso era la misma canción que ya habíamos escuchado; momentos después lo confirmamos, cuando de nuevo irrumpió el coro. Caramba, pensamos, nuestro director se obsesionó con Myriam. No importaba, el viaje seguía. Y nuevamente el mismo amargo verso tan dulce tierno y peligroso y la cachaelaespada. Se nos chaló el chofer, concluimos. Y al momento, cuando ya casi le hacíamos una coreografía desde el fondo con los encendedores prendidos, notamos que la música no venía de la radio de la micro, sino de la radio que un pasajero abrazaba en el último asiento, al lado de la puerta. Luego de un rato, al término de la canción, y con su mirada sin foco hacia el paisaje, aquel hombre retrocedía el cassette para volver al comienzo del peligroso amor tan tierno, amargo, entero cuático. Comprendimos que pudo haber sido una falta de respeto burlarnos de dicha canción justo en el momento en que se hacía evidente que a nuestro amigo, a través de esos versos, se le iba la cordura. Aunque estábamos seguros también que él ni siquiera notó nuestra parodia al romanticismo. Parecía llevar días cruzando santiago de lado a lado y al abrazar la radio, abrazaba a esa mujer que puede que se llamara Myriam, puede que haya sido dulce, puede que haya sido amarga. Parecía que no le molestaban los largos tacos, ni la gente apretada, ni el carterista, pues lo único que le quedaba era una radio y un cassette que le recordaba algo por lo cual se merecía sufrir.
Creímos que esto lo convertía en un buen personaje, pero al notar que tenía su dedo listo para volver y volver a retroceder la cinta, concluimos que en realidad él era un mejor director sugiriéndonos la banda sonora de la pequeña escena de alguna película.


Titulo de la canción: Peligroso Amor
Compositor: Gogo Muñoz
Intérprete: Myriam Hernandez

Caso verídico.

Links

http://www.labutaca.net/reportaje/bandassonoras/index.htm
http://www.polaralert.com/exhibition/top100/index.html