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domingo, enero 14, 2007

DEL PORQUÉ ESCRIBO ESTO CON UN BISTEC EN EL OJO


Como muchos fines de semana, desde que tengo bicicleta, me fui a subir el San Cristóbal por puro deporte. Esta vez el mote con huesillo de la cumbre estuvo más dulzón, pues por vez primera subía el cerro sin detenerme a descansar ni una sola vez. Miraba Santiago con cierta postura de victoria y hasta el Mapocho se veía más sucio ante mi impresionante timing. Impresionante para mis polainas, pues los que ahí estaban sí que tenían una presencia atlética digna; mi ponchera, aunque menor, seguía ahí burlándose de mi victoria y saboreando el mote.

Ya era hora de darse el premio por el cual vale el cansancio subir: lanzarse en velocidad por las vertiginosas bajadas del cerro. Como siempre el camino está lleno de ciclistas y corredores, por lo que hay que ser siempre cauto. Y nos fuimos. Es de lo más delicioso sentir la resistencia del viento en tus bigotes mientras la minimizas agachando la postura en la cleta. Todo un placer, déjate los bigotes y pruébalo, nena. Qué audacia, marx mío, cómo maneja esas velocidades, miren como el pavimento se arruga asustado con su elegante paso, que curvas (las de algunas corredoras también), qué descenso tan garboso, miren como ¡chucha! ¡cuidado! grita un corredor, qué corchos, cómo se le ocurre ir por su izquierda, no lo vayas a chocar, esquívalo pero cuidado con esos adoquines conchemimaaa…

No conté las milésimas de segundo, pero recuerdo la bicicleta yéndose de punta enganchada apenas su rueda delantera por la vereda, de ahí una pequeña vista aérea del pavimento y luego una vista del mismo pero a su altura. Tampoco alcancé a contar las vueltas que di en el cemento, sólo un infierno de dolor en la cabeza y un mareo abombado. Veo a un ciclista y le levanto la mano ¡espera! me dice y enseguida vuelve con unos tipos a caballo. A esa altura, sentado en la calle me veo los pantalones llenos de sangre que me goteaba de la cabeza. Y mareo. Y dolor. Y la mandíbula a medio desencajar. ¿no tiene agüita? No tengo, me dicen los de a caballo ¿y un pañito? Tampoco, espérese sentadito que ya llamamos a la ambulancia. El rato de estar sentado en la vereda mirando como caía sangre de mi comechoclos y narices esperando la ambulancia se hizo de verdad eterno. Y mareo. Y dolor por la reputamadre quién me manda a comprarme bicicleta. Fue hermosa la visión de ese carro blanco con una cruz roja en su frente, tan hermosa que de la emoción mi ponchera decidió devolver a la naturaleza a través de mi esofaguito todo el mote con huesillo de todos los ciclistas del mundo.

La maniobra de rigor era inmovilizarme el cuello, ¿tomó alcohol, consumió drogas? Me preguntaba el de la ambulancia, no pasa ná, si soy entero deportista, le respondí ¿me habrá creído? luego pregunta a qué día estamos y yo me preguntaba si querrá saber otras cosas como la fecha de la bomba en Hiroshima. Con la ayuda del paramédico me suben a la camilla de la pequeña ambulancia y partimos. De puro mareo cierro los ojos y trato de dormir, pero no resulta. Voy imaginando el camino a urgencias, pero nuevamente era eterno como las llamas del infierno. Llegamos, dijeron, que linda palabra. Inmovilizada en la camilla la cámara de este film sólo enfoca el techo blanco con sus pálidos focos y algunas caras que de vez en cuando le daban su mejor perfil, o el peor. Llegamos a estacionarnos a una sala, me piden el teléfono de alguien para avisarle, no quise envolver en histeria a mis padres que se relajaban en viña del mar, así que les dije que buscaran el número del Roberto que apareció al rato con su madre tras la llamada de “atropellaron a tu amigo”. Fue aliviador ver una cara amiga por fin, pero lo que yo en verdad esperaba es que aparecieras tú gracias a no sé que conjuro que te robara desde tus espejismos del norte. De ahí las náuseas eran atroces y no sé cuantas horas habrán sido intentando dormir. Abrí los ojos y vi al Pato y al Chico, a ver si estos me hacían reír como al enfermo de la tele; afortunadamente reír no me dolía nada, ja.

Y bueno, de ahí exámenes de rigor con los que descartamos fracturas y daños cerebrales, sólo una fractura en un hueso que jamás recordaré de la cara y que me hace hasta ahora estar escupiendo sangre. Para algunos el cerebro venía dañado de fábrica y para mí ahí está la gracia. Sólo me quedé con cinco puntos en la ceja, muchos raspones al rojo vivo que duelen si tan sólo los soplan y con un ojo en tinta como los peores que tuvo Rocky Balboa alguna vez: impresentable ante las damas. Luego papeleos, doctores buenos para la talla y pa’ la casa. Ahí le dije a mi encargado oficial, el Roberto, que me dejara no más, que sólo iba a dormir. Lo hice un poco, luego la soledad acentuó los dolores y la sensación de desdicha y abandono en este mundo de duro cemento. Con calma les avisé a mis padres que me llevaron a descansar a Viña, desde donde escribo esto.

Y qué diablos, hasta aquí vamos ahora y lo único que puedo decir es que cuando anden en bicicleta usen casco, no como este soquete con un bistec crudo en el ojo.

Ahí nos vemos.

martes, septiembre 19, 2006

let´s go to
MILITAR PARADE

lunes, noviembre 28, 2005

No me van a creer,
pero la señora de las sopaipillas
me vendió una ametralladora
en exelentes condiciones.
.
Quizás éste era el incentivo
que esperaba
para empezar por fin
una cruenta carrera delictiva.
.
Sé que no suena de lo más decoroso,
pero sería un imbecil
si no le saco provecho
a una ametralladora tan barata.
.
anote aquí sus encarguitos.
haremos lo posible.

lunes, noviembre 21, 2005

Empezó a notar en el espejo
que su rostro desaparecía.

Leyó entonces en la caja del jabón
“If you lost your face,
please don’t wash your hands.”

CUENTO DEMOCRÁTCO
Parecía irreal que enfrente de ella estuviera su ídolo pidiéndole que por favor escondiera una caja de zapatos envuelta en cinta de embalaje. Sólo serían un par de días, y él prometía un agradecimiento especial. Sin pensarlo toma la caja y la envuelve con su delantal. Él la besa en la mejilla. Ella no lo puede creer. Él desaparece en la oscuridad de un corredor mientras ella empieza a notar un curioso …

(continúa el usuario)

viernes, octubre 07, 2005

Por fin habló claro: creo que la obligación de usar corbata
en mí no se aplica;
y no es porque cuestione yo
las nobles reglas de la descencia,
si no, simplemente,
porque no tengo cuello.

viernes, septiembre 23, 2005

Vice-campeón


Después de algunos meses de intensa práctica, sintió que estaba preparado para obtener por fin el título de campeón. Ninguno de sus conocidos le daba importancia a esa aspiración, de echo varios nunca creyeron siquiera en la existencia de un campeonato regional de mambo. Sin embargo nadie podia negar que el tipo tenía un talento especial a la hora del baile.

Esta era su tercera participación en la categoría solistas. El primer año quedó en un honroso quinto lugar, entre ocho participantes; al año sigueinte alcanzó el tercero. Esta vez todo le indicaba que alcanzaría por fin el más alto lugar del podio de los bailarines de mambo de la sexta región del libertador Bernardo O´higgins.

El día del certamen estaba levantado inusualmente temprano, pues un gato negro rasguñó la ventana y eso para él fue una señal de que debia estar despierto para disfrutar la totalidad del día en que trascendería su sabroso talento. Totalmente fresco después de una noche sin sueños practicó una vez más el número de su performance. A todo volumen en el living de su departamento le puso play al minicomponente y como desde hace tiempo se escuchó Ran-kan-kan de Tito Puente, que había logrado inscribir antes que todos los participantes, pues parecía ser una pieza favorita para este año entre sus colegas mamberos. Sus movimientos estaban elegidos con precisión y ya tenía asumidos en sus instintos cada frase arrolladora de los bronces, cada golpe orquestal con sus inesperados contratiempos. Sabía sin pensar en ello en qué momento sus rodillas efectuaban qué preciso giro. El juego constante entre talón y punta de pie se acercaba casi poéticamente a la intención impetuosa del solo de timbales de Tito Puente. Nada podía fallar esta vez. El jurado especializado debía convencerse por fin de su joven talento natural.

Pero en lo más profundo de sus esperanzas habia una pelusa que no lograba sacar ni con el convencimiento de tener una performance muy cercana a la perfección, ni con la contemplación de su perfectamente planchada vestimenta blanca: este año se habia vuelto a inscribir una leyenda de las últimas décadas, "Mambo Marambio" un cincuentón cara de vino que traía con sigo una reputación gigante de haber sido quién más veces había ganado el campeonato, y quién siempre fue atracción principal del festival "El verano canta en el cobre". ¿porqué tenía que volver a participar? ¿qué le hacía querer recuperar el cetro que se le fue sólo por no participar en las últimas 4 versiones del certamen? El asunto es que este año estaría ahí nuevamente, con un cuerpo mucho más avejentado, pero con la misma cadencia sinuosa de su pelvis que lo hicieron tan famoso en Rancagua y sus alrededores. Quizás el tener un apellido que contenía todas las letras de la palabra "mambo" lo hacían destinado a jamás ser bajado de su merecido sitial en el cielo de la música caribeña.

Terminó de ensayar su rutina con perfección, al parecer sólo detectó un error en el movimiento de los codos, pero no detectó en qué momento de la pieza fue; sólo supo que fue en el preciso instante en que recordó esa molesta pelusa que el talento de "Mambo Marambio" incrustó para rascar sus aspiraciones.

Puso nuevamente play al minicomponente y nuevamente la orquesta de Tito Puente se larga con su éxito. No más de ocho compases después tuvo que apretar stop, pues el gato en la ventana de nuevo rasguñaba y ahora en ello se le caía la mañana, pues leía la señal de que debía volver a dormir para soñar con obtener esa noche el vice-campeonato regional de mambo.

jueves, agosto 18, 2005

GUINDA

Qué estás cocinando, preguntaste, pero múestrame, dijiste y levantáste la tapa, ¿cómo? ¿una guinda? no te entiendo, una guinda, tanta agua para una guinda, tanto gas para una guinda. Te fuiste a sentar enojada, prendiste la tele, tomaste un libro; realmente estabas enojada. Eso es lo que me da rabia, empezaste con tu viejo poema, tener que aguantar estas tonterías sin sentido tuyas, una guinda, ¿porqué no te dejas de tanta huevada? Empezaste a levantar la voz a un tono asustador. El otro día la misma cosa, mira que adornar la enredadera con frutas, ¿qué te está pasando? ¿no sabes cuanto me cuesta tener que aguantar tanta tontería? te atreviste a bautizar cada una de las hojas de tu maldita enredadera...¿y sabes porqué te aguanto? porque te quiero, te amo ¿entiendes? pero eres un estúpido la mayor parte del tiempo, no sé si es apropósito que lo haces, pretendes ser original o no sé, pero ya no resulta gracioso ya no me río ¿entiendes? déjate de imbecilidades sin sentido. Tu voz se quebraba a ratos; tu voz se elevaba a un volumen tan alto, que te asustabas a ti misma; tu voz se desconocía a sí misma; tu voz pudo haber marchitado la enredadera en algún momento. Amenazaste entonces: mucho he pensado en irme, en terminar y dejar de aguantar tus sin sentidos, ¿sabías? la otra noche pensé en salir y ya.... salir no más, pero no me atreví, pero puedo atreverme si quiero y eso lo sabes muy bien; no sé si ahora me atrevería... no me atrevo, porque no sé que me pasaría una vez que cierre la puerta, no sé que haría en esa avenida, no sabría si esperar una micro, no sabría si llamar a alguien, no sabría si llorar... pensando en voz alta te digo que ahora estoy apunto de agarrar valentía y mandarte a la cresta con cada una de tus locuras, ahí veré que hacer... pero no puedo, lo sabes, por eso callas, quizás disfrutas mis lágrimas, disfrutas que yo tenga que sufrir para poder tomar una decisión que tengo atragantada hace mucho ¿porque no dices algo? ¿sigues cuidando la guinda? Recitabas... y cada palabra te costaba mucho tener que pronunciarla; cada palabra te rasguñaba desde dentro y tenías que decirlas, pues las traías desde hace mucho. Dejaste tu prédica, fuiste a la pieza, llorabas y se notaba que te costaba que salieran algunas lágrimas. Habla, mierda, habla, defiénde tus estupideces, defiende tu guinda, defiende tu enredadera, defiende la puerta perforada, ¡defiéndete mierda!, gritabas mientras se oían abrires y cerrares de cajones. Saliste, te sentaste de nuevo, te paraste, subiste el volumen del televisor, botaste el libro, entraste a la pieza... estuviste varios minutos, saliste con tu bolso, el más grande. No sabes todo lo que me ha costado hacer esto, decías dolida, decías desgarrada, decías como si empezaras a escupir sangre. Te quiero hueón, te quiero, no se qué cresta voy a hacer sola sin tí, llorabas incontrolable mientras lanzabas un torrente de garabatos que nadie podía dejar de temer; saliste de la cocina. Nadie, nadie va poder arreglarme después de esto, nadie va a entender lo que hize, no me van a creer, no van a creer que te estoy dejando, dirán que tú me dejaste, que no me aguantaste, que me echaste, no me van a creer, no sé como empezar a explicar esto, no sé a quien se lo puedo explicar, no sé a quién voy a llegar con el cuento, no sé en el hombro de quién llorar, no sé si pueda llorar y que me crean. Apagaste la tele, abriste la puerta, empezaste a salir, te detuviste, te devolviste con muchas lágrimas, entraste, pateaste el macetero de la enredadera y todo quedó lleno de tierra; la enredadera pereció morir; empezaste a salir. ¿Ves? pude, me voy. Cuando salías te llamé, me acerqué a tí. Toma, te dije, era para ti... te pasé la guinda esperando el beso que me habías prometido para cuando me dejaras.

Te fuiste.

domingo, julio 31, 2005

¿Siempre pasan esas cosas acá?


-¿Siempre pasan esas cosas acá? - Preguntó a bajo volumen un pasajero con acento extranjero.
- Uf, si po... todo el tiempo- respondió otro con un acento que para el momento sonaba perfectamente chileno. -... si lo que pasa es que acá anda la gente muy alterada, es terrible, cualquiera te puede pegar como si nada un día.

No estaba muy de acuerdo con eso último; le informaba a nuestro visitante una pésima imagen, pero lo que acababa de pasar era evidencia suficiente para convencerse de ello.
Para subirme a la micro tuve que acelerar el paso media cuadra, antes de que dejara el paradero, cuando llegué ahí vi que no era necesario pues el chofer parecía tener paciencia para esperar que se le subiera hasta la última abuelita. Y arriba la cosa no estaba muy paciente; un pasajero al que denominaremos “pelao”, de pie a metros del chofer manifestaba su enojo por la demora dándole de zapatazos al piso.
Me senté cómodamente atrás cual espectador en su butaca y vi cómo otros pasajeros también zapateaban y pifiaban para apurar el viaje. La cosa estaba caliente, señores. El chofer respondió no avanzando y empezó a tirar algunos insultos por el espejo. Luego dijo algo respecto de su pega y voh pelao que te creí bájate si no te gusta. Más zapatazos de parte del pelao. Se nos enfurece el chofer y violentamente se pone en frente de pie a un metro del pelao. Lo enfrenta con zapatazos en el suelo y un par de garabatos simples. El pelao responde con mas zapatazos; parecían un par de gallos de pelea sacándole filo a las garras. La tensión fue demasiado para un señora que recién había subido con su hijo y como para evitarle tan mal ejemplo, aterrada se bajó sin ni pensar en pedir devuelta el dinero. Uyuyui, la cosa se calmó un poco. Los zapatazos no pasaron a mayores. El chofer volvió a su puesto y por fin reinició la marcha.
En el siguiente paradero, me vas a creer que de nuevo empezó a retrasar el viaje para que suban más pasajeros; y como no, el pelao al tiro zapateando y vociferando. Ahí el chofer explotó en garabatos que seguían maldiciendo su trabajo.
-Ya poh pelao, para la hueá – decian algunos pasajeros.
De nuevo la tensión aumentando hasta que el chofer se bajó de la micro. Te juro que se sentó en el paradero con la cabeza a dos manos maldiciendo entre dientes y luego levantó la mirada y gritó hacia la micro:
– ¡no pienso seguir hasta que se baje el pelao!
- Ya poh caballero siga por favor – alentaba una señora adelante.
- ¡Bájate pelao! – opinaban otros.
El chofer no se movía
- ¡Maneja voh pelao! – gritó uno desde el fondo. Se soltaron las risas que parecían urgentes.
El conductor vuelve al volante y sin parar de lucirle al pelao sus más pinchosas roterías continúa el viaje. En el siguiente paradero por fin se baja el pelao cruzando las últimas chuchadas. Una vez abajo, asoma su cabeza que no era pelada por no tener pelo, si no por tenerlo al rape, y lanza su despedida que para ese entonces todavia sonaba original:
- ¡tómate un armonyl!
La micro explota en risas y con un instantáneo salto el chofer baja de la micro y te juro que persiguió al pelao como una cuadra. Éste ultimo fue más veloz y se perdió inmune. El chofer retoma el volante con una micro en respetuoso silencio.
-¿Siempre pasan esas cosas acá? - Preguntó a bajo volumen un pasajero con acento extranjero.
- Uf, si po... todo el tiempo.

Banda Sonora


Subimos a la micro en la Alameda para ir a bajarnos más o menos en la Plaza Ñuñoa. Todo corría con normalidad mientras estábamos sentados casi al fondo. Como si fuera una escena fílmica, notamos que la banda sonora que el director al volante nos dio para el momento era una canción que versaba en voz de Myriam Hernández: “amoramor, amoramor amargo, amor tan dulce, amoramor tan tierno…”. Con una mirada celebramos el mal gusto radial.
El camino seguía sin que eso nos afectara. Bastantes cuadras mas allá notamos de nuevo la misma voz diciendo “Qué peligroso amor es tu amor para mí, qué peligroso es y dulce a la vez…“. Dudamos si acaso era la misma canción que ya habíamos escuchado; momentos después lo confirmamos, cuando de nuevo irrumpió el coro. Caramba, pensamos, nuestro director se obsesionó con Myriam. No importaba, el viaje seguía. Y nuevamente el mismo amargo verso tan dulce tierno y peligroso y la cachaelaespada. Se nos chaló el chofer, concluimos. Y al momento, cuando ya casi le hacíamos una coreografía desde el fondo con los encendedores prendidos, notamos que la música no venía de la radio de la micro, sino de la radio que un pasajero abrazaba en el último asiento, al lado de la puerta. Luego de un rato, al término de la canción, y con su mirada sin foco hacia el paisaje, aquel hombre retrocedía el cassette para volver al comienzo del peligroso amor tan tierno, amargo, entero cuático. Comprendimos que pudo haber sido una falta de respeto burlarnos de dicha canción justo en el momento en que se hacía evidente que a nuestro amigo, a través de esos versos, se le iba la cordura. Aunque estábamos seguros también que él ni siquiera notó nuestra parodia al romanticismo. Parecía llevar días cruzando santiago de lado a lado y al abrazar la radio, abrazaba a esa mujer que puede que se llamara Myriam, puede que haya sido dulce, puede que haya sido amarga. Parecía que no le molestaban los largos tacos, ni la gente apretada, ni el carterista, pues lo único que le quedaba era una radio y un cassette que le recordaba algo por lo cual se merecía sufrir.
Creímos que esto lo convertía en un buen personaje, pero al notar que tenía su dedo listo para volver y volver a retroceder la cinta, concluimos que en realidad él era un mejor director sugiriéndonos la banda sonora de la pequeña escena de alguna película.


Titulo de la canción: Peligroso Amor
Compositor: Gogo Muñoz
Intérprete: Myriam Hernandez

Caso verídico.

Links

http://www.labutaca.net/reportaje/bandassonoras/index.htm
http://www.polaralert.com/exhibition/top100/index.html